Después de horas y horas sobre lo que podría tratar, quién me hubiera dicho que en un vagón bajo tierra, encontraría el tema a escribir.
Me encontraba en la estación de Sagrada Familia cuando al abrirse las puertas del vagón entró un joven obrero. Su aspecto era el de un hombre dejado y sus ojos reflejaban una tristeza y desconsuelo inexplicables.
A pesar de arrastrar su cuerpo por el cansancio que denoté, éste sostenía con fuerza unos papeles con forma de libreta en su mano mientras movía sus labios y hacía extrañas muecas con su boca.
Lo primero que me llamó la atención de esos papeles era un gran corazón dibujado con tinta azul en la parte de arriba y esquina izquierda del papel.
Pensé: son declaraciones de amor.
Una vez habiendo analizado su persona, empecé a imaginar por mi cuenta una historia acerca de un desconocido que leía las declaraciones de un pasado pero, aún presente amor, en el metro.
Seguramente, ésta lo había sentido todo por el que ahora leía sus palabras reflejadas en lo que parecía ser un diario acerca del amor.
La historia:
Juntos lo habían compartido todo. Se conocían desde pequeños y sus madres eran amigas desde la adolescencia, así que pasaban las tardes sin separarse hasta el anochecer. Hasta los seis años jugaron con muñecos que ambos compartían y con los que inventaban historias con personajes y mundos surrealistas. Sus madres se las veían y deseaban para serpararlos.
Juntos, lo eran todo.
Doce años atrás, en 1996, con solo ocho años, sabían perfectamente que la relación que tenían era más intensa que una amistad para siempre. Se querían, se amaban.Fué el año en el que sus labios toparon por primera vez. Desde entonces juraron quererse y nunca separarse ni olvidarse por más obstáculos que la vida les trajese. Era algo tan hermoso, eran Romeo y Julieta del barrio. Nadie entendía como dos jovencitos de tan corta edad podían llegar a quererse tanto.Nunca se les vió discutiendo o peleando, simplemente eran felices y vivían el uno para el otro.
Con solo catorce años, la enfermedad invadió su relación y la víctima elegida fué ella. Ya no podían compartir tardes de dulces ni comer palomitas azucaradas mientras veían Noviembre Dulce.
La felicidad duró dos años más cuando por desgracia, la enfermedad se apoderó de la chica sin permitirle vuelta atrás alguna.
El coma fue la más mísera compañía que tuvo y él, su amor incondicional que pasaba día tras día a su lado sin soltar sus manos.
Nadie sabía como decirle que el estado de su niña no variaria por más tiempo que estuviera a su lado.
Seis inolvidables y grises meses de 2004 fue lo máximo que pudo aguantar el corazón de la chica.
Ahora él, estaba solo y nadia se atrevía a decirle o darle consuelo. Era la pérdida más triste que viviría a lo largo de su vida.
Cerca de cinco años después, él sigue leyendo las cartas y libretas que escribían y se enviaban.
Esos papeles son ahora lo único material que conserva de ella, lo abstracto e inmaterial y más poderoso, su amor hacia la que había sido y seguirá siendo, de por vida, el amor de su vida.
Vuelta a la realidad:
Una lágrima recorre lentamente su rostro, es su recuerdo inolvidable que juró doce años atrás.