Mi queridísima dama.
Estoy en la ventana de una casa preciosa contemplando un bello paisaje por el que se entrevé el mar.
La mañana es espléndida.
No sé lo ágil que sería mi espíritu, el placer que le daría vivir aquí si tu recuerdo no pesara tanto sobre mí.
Pregúntate amor mío si el haberme aprisionado no ha sido crueldad por tu parte, porque has destruido mi libertad.
Sinceramente no soy capaz de expresar mi devoción por una criatura tan bella. Necesito una palabra más radiante que radiante, una palabra más bella que bella.
Casi deseo que fuéramos mariposas y viviéramos solo tres días de verano. Tres días así contigo los llenaría de más placer que el que cabe en cincuenta años.
¿Vas a confesarte en tu carta?
Escríbeme enseguida y haz lo que puedas por consolarme. Que sea tu carta como una infusión de adormidera que me embriague. Escribe dulces palabras y bésalas para que mis labios rocen el lugar donde se posaron los tuyos.
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Mi querido Señor Keats. Gracias por tu carta. Últimamente he estado tan enferma y nerviosa que me he pasado 5 días en cama.
Tras recibir tu carta, volví a levantarme y recorrí nuestro camino entre los brezos.
Monto una granja de mariposas en mi dormitorio en nuestro honor. Mis hermanos las cogen y no hay día que pase que no me presten más mariposas y orugas para que sus aleteos duren semanas.
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Durante mis paseos me deleito con dos pensamientos; tu encanto y la hora de mi muerte.
Ojalá pudiera tomar posesión de ambos en el mismo momento.
Yo nunca supe antes lo que era un amor como el que tú me haces sentir. Ni siquiera creía en él pero si de verdad me amas puede que nos consuma el fuego. ¿No es mejor que soportar humedecidos con el rocío de los placeres?
John Keats.