Por extraño que parezca, la vida está llena de placeres.
En ocasiones hace falta que nos abran los ojos. El quién da más bien igual, el caso es despertar y aceptar la cita que nos ofrece la vida para deleitarnos con lo más maravilloso y sencillo.
Una tarde sin planes ni límites de horario, una taza de café y un poderoso mensaje subliminal. Detalles como éstos pueden cambiarle a uno las energías.
El pesimismo y la apatía se transforman en optimismo e ilusión. La lucha por la felicidad se enciende como una bombilla que después de meses apagada, brilla de nuevo.
Me intento convencer de que no se trata de un brote de ingenuidad, es más bien un rescate en toda regla. Pasamos por rachas buenas y malas y por desgracia nuestra tendencia es enfatizar las negativas. Nos cubrimos la visión en los mejores momentos. Disfrutamos, pero corremos un tupido velo y nos olvidamos de agradecer. Dar gracias por ellos y por todo lo bueno que tenemos, que seguro no es poco.
Me he dado cuenta de que en realidad siempre hay algo que agradecer, algo por lo que sonreír, algo por lo que autoconvencerse de que hoy puede y va a ser un gran día, simplemente porque así lo decido.
Nada es tan complejo, nada es tan importante, nada es tan imposible. Éstas, sí deben ser valoraciones objetivas.
Saltar.
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